Erudita veneciana fue la primera en obtener un doctorado
Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, también conocida como Elena Lucrezia Corner, nacida en Venecia en 1646 y fallecida en Padua en 1684, pasó a la historia por haber sido la primera mujer del mundo en obtener un doctorado.
Contra las costumbres de la época, que salvo raras excepciones no favorecían la educación de las mujeres, el padre de Elena Cornaro -un noble veneciano de vasta cultura, que se casó con una mujer de humilde condición- sí le dio importancia y promovió sus estudios.
Tenía sin duda un ilustre linaje: Giovan Battista Cornaro, el padre de Elena, descendía de Giacomo Alvise Cornaro, amigo de Galileo Galilei; también del físico Girolamo y de Marcantonio Cornaro, creador de una gran biblioteca y de una colección de instrumentos científicos.
Cuando, a los 19 años, Elena tomó los hábitos con las monjas oblatas benedictinas, la joven siguió sus estudios de latín, griego, hebreo, español, filosofía y teología: el mismo camino de otros eruditos de su época.
Con solo 22 años, podía disertar sobre matemática y filosofía cambiando de lengua con facilidad.
Aunque no era su intención brillar en los círculos de su tiempo, y por eso tomó los hábitos (aunque evitó la reclusión monacal y logró seguir estudiando), se hizo conocida entre los estudiosos del siglo XVII, al punto que fue miembro de varias de las principales academias de entonces. Contó además, gracias a la voluntad y la fortuna de su padre, con los mejores profesores de su tiempo en las diversas disciplinas de su formación.
Su fama se extendió más allá de las fronteras de Italia: cuentan las crónicas de su tiempo que fue consultada en temas de geometría sólida por el cardenal Federico de Hesse-Darmstadt y que despertó la admiración de eruditos como Charles Cato de Court y Ludovic Espinay de Saint-Luc, que examinaron sus conocimientos.
Y sin embargo, cuando el padre de Elena pidió que se le permitiera obtener el título de Teología en la Universidad de Padua, el cardenal Gregorio Barbarigo se negó con firmeza, ya que consideraba «un despropósito» que una mujer pudiera ser «doctor». Sería -agregó el cardenal- «ridiculizarnos ante todo el mundo». Tales argumentos, derivados de San Pablo, según el cual «una mujer nunca podría enseñar la doctrina de Cristo», no le impedirían a Barbarigo ser canonizado por Juan XXIII.
San Pablo sin duda no era un adepto a la educación femenina: como dice en la primera epístola a Timoteo, «no permito a la mujer enseñar, ni usar autoridad sobre el marido, sino que esté en silencio».
Sin embargo, la estudiosa logró su objetivo en 1678, a los 32 años, aunque en Filosofía y no en Teología, como fruto de un compromiso alcanzado entre el cardenal Barbarigo y su padre. El 25 de junio de 1678, fue incorporada al Colegio de Médicos y Filósofos de Padua, aunque no pudo transmitir sus conocimientos en la docencia por ser mujer.
Aquel día fue histórico: en el recinto donde solían otorgarse los doctorados era tanto el público -se hablaba de hasta 30.000 personas- que finalmente se trasladó la disertación a la vecina catedral.
Con su salud afectada por el intenso estudio y las pruebas ascéticas a las que se sometía, falleció el 26 de julio de 1684, con solo 38 años. Pero fue para la historia una pionera que tuvo continuación solo medio siglo más tarde, cuando se doctoró en 1732 la física boloñesa Laura Bassi, quien sería además la primera mujer docente universitaria.
Y también la tercera mujer del mundo graduada en la universidad fue una italiana, Cristina Roccati, que se tituló en Filosofía y Física en 1751 en la Universidad de Bolonia.
La obra de Elena Cornaro no fue enorme: cuatro discursos académicos, once elogios, cinco epigramas, un acróstico, seis sonetos y una oda, así como algunas traducciones. Benedetto Croce la liquidó con pocas palabras, calificando la literatura ascética como de «escasísimo o nulo valor».
La erudita fue sepultada en tierra tras su fallecimiento, pero se permitió levantar un cenotafio de homenaje, que sería demolido algunas décadas más tarde. Se desmanteló el monumento y solo quedó la estatua de Elena, que luego recuperaría una noble veneciana para la posteridad.

Información ANSA Latina
Transcripción para A.C.A.: Carlos Romero | C.N.P. 24.081|