Bolívar se trasladó a un sitio equidistante de Ocaña y Bogotá: Bucaramanga, desde donde a través de O’Leary (que iba y venía a Ocaña) podía monitorear la Convención. Allí estuvo durante los meses en que se reunió la asamblea, compartiendo, entre otros oficiales, con el francés Luis Perú de Lacroix, quien escribió el Diario de Bucaramanga: un documento de primera mano valiosísimo, que nos permite conocer las costumbres y opiniones de Bolívar en esta etapa final de su vida, cuando ya hace balances de lo ocurrido y tiene opiniones finales sobre la gente y los hechos.
El forcejeo entre bolivarianos y santanderistas, es decir, entre centralistas y federalistas fue intenso, hasta que la única solución que iba asomándose fue la de ratificar la Constitución de Cúcuta, pero eliminando el artículo 128 que le confería poderes extraordinarios al Presidente de la República. Fue entonces cuando los bolivarianos abandonaron la asamblea y esta se disolvió sin ningún efecto el 11 de junio de 1828. Obviamente, Bolívar no iba a transigir con que lo despojaran de sus facultades para gobernar por decreto. Ni Bolívar había podido reformar la Constitución de acuerdo con su voluntad centralista, ni Santander había logrado lo contrario.
El 13 de junio en Bogotá, un grupo de bolivarianos radicales encabezado por Pedro Alcántara Herrán, se reunió en Junta y le confirió poderes dictatoriales a Bolívar. Santander fue separado de la Vicepresidencia y fue designado por Bolívar como Embajador de Colombia ante los Estados Unidos, cargo que aceptó, pero que no llegó a desempeñar.
El 27 de agosto de 1828 Bolívar sustituye la Constitución de Cúcuta de 1821 por un Decreto Orgánico firmado por sí mismo que consagró la dictadura. De modo que el Libertador Presidente asumió el mando, con base en la imposibilidad de la Convención de Ocaña de llegar a un acuerdo modificatorio de la Constitución. En otras palabras, la derrota sufrida en la Convención Bolívar la convirtió en la razón de la asunción de poderes dictatoriales y la centralización absoluta del poder en su persona. Por supuesto, sus opositores, que no eran pocos ni indefensos, reaccionaron rápido y en menos de un mes atentaron contra su vida.
Unos conjurados tomaron la decisión de asesinar a Bolívar el 25 de septiembre de 1828 en Bogotá. Entre ellos estaban Pedro Carujo; Ramón Guerra; Luis Vargas Tejada; Florentino González; Rudecindo Silva; Agustín Horment; Wenceslao Zuláivar; José Ignacio López; Pedro Azuero, todos de comprobada participación, quienes ejecutaron la acción la noche del 25 de septiembre en el Palacio de San Carlos en Bogotá.
Irrumpieron en el Palacio y hallaron al joven edecán Andrés Ibarra en camino hacia la alcoba que Bolívar compartía con su mujer, Manuela Sáenz Aizpuru (ya definitivamente separada del doctor Thorne). Esta, al advertir lo que pasaba le sugirió al Libertador que escapara por la ventana mientras ella distraía a los conjurados. Así fue: Al irrumpir en la habitación estaba ella sola, y fue maltratada en el piso a patadas, esperando que dijera dónde estaba Bolívar. Mientras, este había corrido hacia el arroyo de la Quebrada San Agustín y se había escondido debajo de un puente. Allí estuvo tres horas tiritando de frío hasta que los conjurados fueron derrotados y pudo salir a la superficie.
En el triste episodio, Carujo mató de un tiro a William Ferguson, quien venía en auxilio de su Jefe. Finalmente, el general Urdaneta (entonces Secretario de Guerra y Marina) controló la situación y alcanzó a hacer prisioneros a todos los participantes. Bolívar lo designó para presidir el Tribunal Militar que siguiera el juicio y este tuvo lugar de inmediato. Entonces, se acusó a Santander y a Padilla de haber formado parte de la conjura. El 7 de noviembre de 1828 se expidió la sentencia y fueron pasados por las armas casi todos, excepto Carujo, Santander y algunos otros. Entre los sentenciados y ejecutados estuvo José Prudencio Padilla, el héroe de la Batalla Naval del Lago de Maracaibo. Santander se fue a Europa, después de varios meses preso en Cartagena y Puerto Cabello, y Carujo a Venezuela, ya que a ambos se les trocó la sentencia de muerte por el exilio.
Bolívar no salía de su asombro. Entonces, afirmó que Manuela Sáenz era “La libertadora del Libertador” porque le había salvado la vida. Era evidente que la oposición a sus proyectos constitucionales, y al coqueteo con las formas monárquicas con las que finalmente nunca se avino, tenía más fuerza de lo que podía preverse.
La oposición a Bolívar continuó en el sur de Colombia. José María Obando se alzó en Popayán y se le sumó José Hilario López, y ambos estimularon a José de la Mar, al frente de Perú, para que la emprendiera en contra de Bolívar. Este, por su parte, se mueve de Bogotá hacia el sur a parlamentar con Obando y lo convence de que deponga las armas. Llegan a un acuerdo. Mientras tanto, el 27 de febrero de 1829 el mariscal Sucre y Juan José Flores derrotan a José de la Mar y Agustín Gamarra en el Portete de Tarqui, cerca de Cuenca, hoy Ecuador.
Los peruanos habían invadido a Colombia en oposición a Bolívar. Como vemos, se había abierto la Caja de Pandora y los demonios oposicionistas al centralismo bolivariano estaban sueltos. De hecho, ya Gamarra había obligado a Sucre a renunciar a la Presidencia de Bolivia, en 1828. La descomposición del mapa bolivariano se generalizaba.
Antes de partir hacia Quito y Guayaquil en febrero, el Libertador Presidente dispuso que las elecciones para un Congreso Constituyente se celebraran en julio de 1829 y la instalación en enero de 1830. Así, le ponía fecha de caducidad a su dictadura, desdiciendo a los que creían que pretendía perpetuarse con poderes extraordinarios. Bolívar no perdía el sentido de realidad y era evidente que su gobierno fuerte, lejos de poner orden y acabar con la anarquía que tanto temía, estaba haciendo aguas por todas partes. A la rebelión anti-bolivariana se va a sumar el general Córdova.
Regresa en abril de 1829 Bolívar a Bogotá para encontrarse con la proposición de sus seguidores de instaurar una monarquía. Incluso, su Consejo de Ministros llegó a hablar con representantes de Francia y el Reino Unido. La idea que barruntaban Urdaneta y otros era que el Libertador fuese un Rey que al momento de morir lo sucediese un Príncipe europeo. Estas iniciativas se basaban en sugerencias titubeantes del Libertador, que había expresado que una solución para Colombia podría ser buscar la protección de Gran Bretaña, pero finalmente Bolívar, después de dudar y guardar silencio, se expresó en contra del proyecto monárquico que ya estaba muy avanzado, y que así había sucedido porque el propio Bolívar lo había permitido con su silencio y sus sugerencias. No obstante la posición final de Bolívar acerca del proyecto, Córdova en el sur no se enteró de ello sino de su vacilante aceptación y por ello se alzó en armas en contra del Bolívar monárquico.
O’Leary al frente del ejército enfrentó a Córdova en El Santuario, cerca de Medellín, el 17 de octubre de 1829. Después de derrotado fue cruelmente ejecutado por Rupert Hand. Moría el general Córdova, antioqueño. Las noticias corrían como pólvora por el territorio de Colombia. El proyecto de Bolívar estaba herido de muerte y la salud del héroe resentida.
El Congreso Constituyente convocado por Bolívar se reúne a partir del 2 de enero de 1830 en Bogotá. El Libertador Presidente se presenta el 15 de enero seriamente resentido de salud, así lo confirman diversos testimonios directos. Impone a Sucre como Presidente del Congreso y al obispo de Santa Marta, José María Estévez, como Vicepresidente. Curiosamente, llamó “Congreso admirable” a la asamblea que tuvo poco de ello, sobre todo para él, que acudió en medio de la mayor amargura. Así se reflejó en su discurso de renuncia de la Presidencia y de abandono de la vida pública. Designa a Domingo Caicedo como Presidente interino y se va. Concluye el discurso, afirmando: “¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás” (Bolívar, 1990: 106).
Había recibido carta de Páez en diciembre de 1829 donde le señalaba que era imposible detener la voluntad separatista de Venezuela y que propusiera esto en el Congreso, cosa que El Libertador no hizo, naturalmente. Sabía que lo inevitable estaba en marcha: La disolución de Colombia. El ánimo de Bolívar estaba abatido. Parte hacia Cartagena el 8 de mayo de 1830; luego está en Soledad en octubre, en Barranquilla en noviembre, y después llega a Santa Marta el 1o de diciembre.
Sobre los últimos días del Libertador se ha escrito abundantemente, tan sólo agregamos que el deterioro de su salud fue paulatino y vinculado con problemas respiratorios, que en la autopsia practicada por el doctor Alejandro Próspero Reverend se confirmaron: “En su principio un catarro pulmonar, que habiendo sido descuidado pasó al estado crónico y consecutivamente degeneró en tisis tuberculosa” (Reverend, 1866: 25).
Su última carta, entre las miles de epístolas que dictó, la redactó el 10 de diciembre con destino al general Justo Briceño, al igual que su proclama final y su testamento. En este, por cierto, se dice “natural de la ciudad de Caracas en el Departamento de Venezuela”, lo que nos deja ante dos caminos: ignoraba la refundación de la República de Venezuela el 22 de septiembre de 1830 o se negaba a aceptarla. En todo caso, era evidente que moría con dos fracasos diáfanos en su proyecto político: La implantación de la Constitución de Bolivia en Colombia, sus ideas hereditarias sobre el gobierno, y la separación de Colombia, Venezuela y Ecuador en tres repúblicas distintas y autónomas.
¿Tenía razón al afirmar en carta a Juan José Flores el 9 de noviembre de 1830, lo que sentenció? Dijo: “V. sabe que yo he mandado 20 años y de ellos no he sacado más que pocos resultados ciertos. La América es ingobernable para nosotros. 2°. El que sirve una revolución ara en el mar. 3°. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. 4°. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. 5°. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6°. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos-primitivo, este sería el último período de la América” (Bolívar, 1950: 501-502).
Creemos que no, que estaba abatido y no advertía con claridad lo que había logrado. Además, pareciera que su aversión a la anarquía lo llevaba a no interpretar con claridad la manifestación de las ideas divergentes y la abierta confrontación. Estaba tan convencido de la necesidad de un gobierno fuerte y centralizado, que veía en cualquier expresión disidente el germen de la disolución. Veía en la existencia de partidos: la negación de la unión y, en cualquier negativa a seguir sus proyectos: una expresión de traición. Si Bolívar era terco, la realidad también lo era.
No obstante lo anterior, durante toda su vida mantuvo un espacio lúcido de interpretación de la realidad, incluso en los casos en que sus errores lo condujeron a desafueros. Eso se desprende claramente de una de sus últimas cartas, dirigida al general Urdaneta desde Barranquilla el 16 de noviembre de 1830. Allí afirma: “Voy a escribir de nuevo sobre esto, rogándole a Ud. de paso que tampoco desoiga mis avisos en esta parte y que mejor es una buena composición que mil pleitos ganados: yo lo he visto palpablemente, como dicen: el no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos” (Bolívar, 1950: 511).
Dos procesos paralelos llegan a su fin: La enfermedad de Bolívar que lo lleva a la muerte y la enfermedad de Colombia que la lleva a su disolución. La segunda comenzó antes, casi desde el momento mismo de nacer, podría decirse.
Moría entonces “el hombre de las dificultades”, como se llamó a sí mismo en carta a Santander el 9 de febrero de 1825: “Yo soy el hombre de las dificultades; Ud. el hombre de las leyes y Sucre el hombre de la guerra. Creo que cada uno debe estar contento con su lote, y Colombia con los tres” (Bolívar, 1950:1042).
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